IX. Una definición y dos modelos de ciberactivismo


De todo nuestro recorrido hasta ahora podemos ya destilar una definición de qué es realmente el ciberactivismo y sobre qué modelos puede operar.

Podríamos definir «ciberactivismo» como toda estrategia que persigue el cambio de la agenda pública, la inclusión de un nuevo tema en el orden del día de la gran
discusión social, mediante la difusión de un determinado mensaje y su propagación a través del «boca a boca» multiplicado por los medios de comunicación y publicación electrónica personal.

El ciberactivismo no es una técnica, sino una estrategia. Hacemos ciberactivismo cuando publicamos en la red –en un blog o en un foro– buscando que los que lo leen avisen a otros –enlazando en sus propios blogs o recomendándoles la lectura por otros medios– o cuando enviamos un e-mail o un SMS a otras personas con la
esperanza de que lo reenvíen a su lista de contactos.

Por eso todos estamos abocados al ciberactivismo. Lo está un escritor que quiere promocionar su libro, un activista social que quiere convertir un problema invisible en un debate social, la pequeña empresa con un producto innovador que no puede llegar a su clientela o el militante político que quiere defender sus ideas.

De lo que llevamos visto en este capítulo podemos extraer una conclusión: hay dos modelos básicos, dos formas de estrategia. La primera es la lógica de campaña: construir un centro, proponer acciones y difundir la idea. La segunda es iniciar un swarming, un gran debate social distribuido con consecuencias, de entrada, imprevisibles.

Como demostraron las «sentadas por la vivienda» de mayo de 2006 en España, no hay un camino intermedio que conduzca al éxito. Ambas estrategias requieren formas de comunicación muy diferenciadas. En la primera se propone, a la manera del activismo tradicional, un tema, un antagonista, unas medidas a defender y una forma de movilizarse. Se invita a la gente a adherirse, no a diseñar
la campaña. 

En la segunda se inicia un tema y se espera a que «se caliente» en el proceso deliberativo hasta desembocar espontáneamente en una ciberturba o en un nuevo consenso social. Existe una renuncia de partida al control de las formas que en cada fase vaya a adoptar el proceso y a la posibilidad incluso de abortarlo, porque si intentamos centralizar lo distribuido, si pretendemos quedar como tutores del proceso de debate que abrimos, únicamente conseguiremos inhibirlo y al final no tendremos propuestas claras a las que la gente pueda adherirse.

Si hasta ahora hemos visto las formas políticas que adoptan ambas estrategias, en las páginas siguientes esbozaremos el tipo de comunicación que requieren ambas
y sus posibles formas en otros ámbitos, desde la empresa hasta la promoción de actividades asociativas.

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